viernes, 19 de junio de 2009

RECITAL EN GUADALAJARA


El pasado día 4 de junio ofrecí un recital invitada por la Federación Provincial de Asociaciones de Mujeres de Guadalajara con motivo del Primer Encuentro de Talleres de Lectura.
En la fotografía, con la presidenta de la Federación.

domingo, 7 de junio de 2009

acercando culturas Ramón Rocha Monroy


ACERCANDO CULTURAS

Un escritor cochabambino

El día uno de agosto de 2008 partí rumbo a Cochabamba (Bolivia) para conocer un país y a un amigo: Ramón Rocha Monroy.

En primer lugar, les hablaré de la trayectoria literaria de Ramón Rocha, después, unas breves pinceladas del ser humano que he descubierto en el tiempo que he vivido y compartido con él en Bolivia.

Ramón Rocha nace en Cochabamba en 1950. Es abogado y periodista y es conocido por su columna, que se publica en los diarios Los Tiempos de Cochabamba y La Prensa de la Paz, con el seudónimo “Ojo de vidrio”. Director del Instituto Boliviano de Cultura (1979), y director y fundador de numerosos suplementos periodísticos. Consejero de Prensa en Méjico (1990-1992) y Viceministro de Cultura de Bolivia en 1999.

Ramón inicia su carrera con el Gran Premio de Ensayo Sesquicentenario de la República en el Concurso “Franz Tamayo” por Pedagogía de la liberación (1975). Publicó El padrino (cuentos, 1978). Gana en 1983 y 1996 el Premio de Novela “Erich Guttentagcon El run run de la calavera y Ando volando bajo, respectivamente. La casilla vacía (Alfaguara, 1998), Ladies night (Alfaguara, 2000). Premio Nacional de Novela con Potosí 1600, (Alfaguara, 2001), haciendo así su primera incursión en la novela histórica: Potosí es la villa de Carlos V, la ciudad más rica del mundo en la periferia, donde ni siquiera la inquisición podía llegar hasta esa altura inalcanzable. Allí nace el primer criollo hijo de españoles, y será este criollo, al que Ramón Rocha convertirá en el eje central de esta novela. A este hijo de españoles lo convierte en un viejo, un hombre oscuro, misterioso y omnipresente que deambula por las calles y que no es otra cosa que la propia ciudad. Este viejo es la ley y el destino, es la fuerza poderosa del cerro rico (como denominaban a las minas) que se siente explotado pero al mismo tiempo se alimenta con el alma de indígenas españoles. En esta novela, Ramón hace una denuncia sobre la explotación del hombre por el hombre.

Sigue su trayectoria con los ensayos: Tata Santiago, el Apóstol Rayo (Xunta de Galicia 2001), Crítica de la sazón pura, Crónicas gastronómicas (el País, 2004), La importancia de vivir en Cochabamba (2005). Su última publicación ha sido, ¡Qué solos se quedan los muertos!, con esta obra Ramón vuelve a la novela histórica, esta vez para recrear la vida y muerte del Mariscal Antonio José de Sucre, hombre entregado en cuerpo y alma al sueño de Bolívar. Antonio José de Sucre es asesinado en junio de 1830, en mayo se hunde la Gran Colombia y en diciembre muere Simón Bolívar. Antonio José de Sucre es enterrado en la Iglesia del Carmen Bajo, en Quito, donde permaneció oculto durante setenta años, quizá, como nos dice en esta novela Ramón Rocha Monroy, por celo de Mariana Carcelén, su viuda, pero también porque aún muerto era peligroso. ¡Qué solos se quedan los muertos! no es solo un libro donde el autor recrea la vida y muerte del Mariscal Antonio José de Sucre, es también una reflexión profunda sobre la vida y la muerte. Pero por encima de todo, es una reflexión sobre la libertad del hombre y de los pueblos.

El diez de agosto, Ramón Rocha fue invitado a la Feria del Libro en la ciudad de la Paz. Partimos de Cochabamba a las ocho de la mañana y llegamos a la Paz después de siete horas de viaje por el Altiplano Andino, lugar donde la aridez y la pobreza te Aplana.

La Paz es un inmenso cráter que se abre en medio del altiplano y que está presidida por uno de los picos más altos de la cordillera de los Andes: el Illimani (nombre aimara que significa Águila dorada). El Illimani adorna los crepúsculos vespertinos de esta gran urbe humana creando un espectáculo de colores, hasta que al mediodía el sol se alza para reflejar sólo el blanco de sus nieves. Sin dudarlo, es el impacto más tremendo que he tenido al ver una ciudad. Las casas, edificadas en las laderas de las montañas que circundan el gran cráter parecen estar colgadas, y tienes la impresión de que en cualquier momento podrían derrumbarse. Tuve la sensación, en esa primera vista desde el autobús en que viajaba, de ser un Cóndor que planea a 4200 m. observando aquella inmensa ciudad. Poco a poco fuimos bajando por la estrecha carretera hasta llegar a esa peculiar metrópoli, donde la sobrepoblación humana y automovilística con la que te encuentras te hace sentir una especie de vértigo que te encoge el estómago.

Por la tarde fuimos a la Feria del Libro y allí pude conocer a escritores que han sido Premios Nacionales de Novela Alfaguara en la trayectoria de los últimos diez años: Edmundo Paz Soldán, que aunque trabaja en Estados Unidos como profesor de literatura, sigue muy ligado a su país y por supuesto a Cochabamba, su ciudad natal. Gonzalo Lema, otro de los escritores homenajeados, dijo en su discurso que la literatura boliviana necesita tener más repercusión en otros países, especialmente en Europa. Por su lado Ramón Rocha puntualizo en su disertación que las nuevas generaciones de premiados en Alfaguara eran como un soplo de aire fresco, con ganas de contar las cosas del mundo que les rodea y del suyo propio desde una perspectiva innovadora. Les animó a seguir en esa tarea interminable que es la creatividad y, al mismo tiempo, les advirtió de la importancia que tiene seguir perfeccionándose, ya que el hecho de haber ganado un premio importante, como es el Nacional de Novela, no les convierte por ello en autores consagrados. Señaló que el escritor se hace a medida que escribe y no por el hecho de ganar un premio, aunque, por supuesto, siempre es halagador el reconocimiento personal a nivel público.

Este es a grandes rasgos mi amigo Ramón Rocha, en cuanto a su trayectoria literaria. Pero hay en este hombre un rasgo humano que me gustaría mencionar, ya que me ha dado una dimensión de él que no se observa en muchas personas.

Volvamos al principio de mi llegada a Cochabamba. La primera sorpresa fue cuando llegamos al aeropuerto. Estaban esperándonos, él y gran parte de su familia, con una Gran Pancarta que decía: “Bienvenidos: Amelia, David y Raquel” (tengo que aclarar que Raquel es su hija y hacía cuatro años que no la veía, David es el marido de Raquel, y mi hijo). Y es que el Amor también tiene la peculiaridad de acercar culturas. Probablemente, si no hubiera sido por esta unión, nunca hubiera conocido Bolivia, sus gentes y su cultura.

El recibimiento de aquella familia y el abrazo que me dieron, no sólo físico, es algo que ha dejado una huella en mí y me ha hecho reflexionar sobre el valor que ellos le dan a la unión familiar y del olvido que observo en nuestra sociedad, donde todo comienza a ser trabajo y prisas, sin tiempo para “Estarnos” con lo único que realmente tenemos: los nuestros. Otra cosa que me llamó mucho la atención sobre Ramón es que en la comunidad de vecinos donde vive, él tiene la puerta de su casa siempre abierta. Un día le pregunté, -qué cómo no cerraba, y su respuesta fue: -si alguien se lleva algo, es porque lo necesita probablemente más que yo. Su casa, su comida y su dinero no están solo para él, si no para aquel que lo necesite. Su vida es austera y sencilla, casi como la de un ermitaño, pero con una gran diferencia: a Ramón Rocha le conocen todos, no sólo por su literatura y la columna diaria que escribe en el periódico, si no por la categoría humana que tiene.

Me contaba un día que sus años de exilio en Méjico (1980-1982) le habían servido para muchas cosas, pero, sin lugar dudas, para darse cuenta de lo que es la soledad y encontrarse sin nada, solo con uno mismo, con un lápiz y un folio para poder seguir escribiendo.

Probablemente el dolor del exilio y el abandono humano de aquel tiempo, tuvieron algo que ver en su personalidad, o tal vez no, en cualquier caso, estamos hablando de un excelente escritor y de un Gran ser humano.

Amelia Peco