EXPERIENCIA PERSONAL CON TRES MUJERES QUE TRABAJAN EN UNA ONG DE COCHABAMBA, (BOLIVIA)
Liliam, Bertha y Cecilia, son tres mujeres Cochabambinas que trabajan en “Global Internacional”, una O.N.G. que se ocupa de los niños y niñas de la población indígena.
Conocí a Liliam por mediación de unos familiares que tengo en Cochabamba. Nos presentaron en “La Tirana”, un bar de copas muy singular, ya que cuenta con distintos espacios dentro de la casa, porque “La Tirana” no es un local del tipo al cual estamos acostumbrados, “La Tirana” es una gran casa adaptada para dicho fin, por lo tanto cuando entras con lo primero que te encuentras es con un hall para pasar a un pasillo con paredes decoradas con cuadro de Frida Khalo, a partir de ese momento la casa-bar, se va convirtiendo en una especie de museo donde dicha pintora es la invitada de honor. Bueno, pues en este lugar tan especial y tomando unas cervezas, conocí a Liliam, Berta y Lucía. Rápidamente conectamos como si fuéramos amigas que hace tiempo que no se ven.
Después de saludarnos, lo primero que hizo Liliam fue preguntarme que, -qué me parecía su país. Y así fue, con esa pregunta, como comenzamos a hablar de las incertidumbres sociales y políticas por las que atraviesa Bolivia.
Me dijo que llevaba algunos años trabajando en la O.N.G. “Global Internacional”, y que trabajaba con los niños de algunas de las aldeas del departamento de Cochabamba. Yo rápidamente le dije que me encantaría unirme a ellas con el fin de conocer de cerca una realidad social a la que nunca me había acercado. –por supuesto me contestó Liliam.
Cochabamba está al abrigo de la gran Cordillera de los Andes y de este Cristo inmenso que siempre está acompañado de devotos y de algún que otro turistas. Es una ciudad que se abre paso con toda la fuerza que puede tener un país en vías de desarrollo, o sea con unas ganas inmensas por superarse y de que afloren sus materias primas, ya sea en el plano colectivo como en el personal, con el fin de proyectarse al resto del mundo. Ya que tiene riquezas económicas y valores culturales y humanos que bullen en su magma patrio.
Yo, ansiosa de conocer un poquito más este país, decidí aceptar la invitación de Liliam. Quedamos para el día siguiente.
Partimos al salir el sol en un recorrido que duraría hasta las 14,00 h. y que, aunque pueda parecer poco tiempo, es suficiente para darse cuenta de cómo vive una parte de esta población indígena que se dedica a las labores del campo y a de la artesanía.
Viajamos unos kilómetros por carreteras perfectamente asfaltadas dejando atrás pequeños núcleos de población y campos casi áridos. Las arboledas eran muy escasas, sólo pequeños reductos en algunas de las zonas por donde pasábamos.
Mis compañeras de viaje me anunciaron que pronto comenzaríamos a viajar por caminos empedrados. Y tengo que decir que me sorprendieron enormemente por su perfecta construcción pétrea y su belleza, eso sí, la incomodidad para viajar se hace patente pero eso poco importaba, el fin era lo importante en este caso.
Según avanzábamos me llamaba la atención comprobar que los ríos estaban todos completamente secos. Mis compañeras de viaje me aclararon que el invierno no es la estación de las lluvias, -he de aclarar que estábamos en agosto y era invierno en aquellas latitudes- y por tanto, los ríos allí se secan.
Pasamos por pueblos casi abandonados, donde la construcción de sus pequeñas casas era de adobe con sus puertas de madera ya desgastadas por el tiempo, dejando entrever, tímidamente, que un día, muy lejano, estuvieron pintadas.
En alguno de estos pequeños pueblos, se alzaban a veces nuevas edificaciones, unas en proceso de construcción y otras ya terminadas. Bertha me aclaró que esas nuevas casas, eran del producto económico, que el dinero de la emigración entraba en el país.
Por fin llegamos al primer pueblo en el que Liliam, Bertha y Lucía trabajan. Y cuál no sería mi sorpresa cuando veo solamente a un niño. Nuevamente mis guías me explicaron que los padres tienen que recurrir a la única “mano de obra” que tienen: sus hijos, aunque estos sean pequeños, pero poco a poco fueron llegando algunos más.
Ellas, acostumbradas a dicha desolación, comenzaron con total tranquilidad a sacar de la furgoneta los instrumentos musicales que llevaban: tarkas, tambores, zampoñas, quenas, flautas.… Mientras estaban en dicho quehacer comenzaron a llegar más niños y niñas. En ese momento pensé que no hay mejor cosa para conocer un pueblo o a un ser humano que meterse dentro de su propia camisa.
Según iban llegando los niños, repartieron los instrumentos a aquella concurrencia infantil, que dejaban ver en sus rostros una alegría sin igual ante la llegada de aquellas tres mujeres. Con los instrumentos en las manos comenzaron a entonar esas canciones de su folklore que, día tras día, de paciencia, Liliam, Berta y Lucía les habían enseñado; otros chiquillos, en cambio, tocaban sin ton ni son, “pero eso era lo que menos importaba”. De lo que se trataba era de ofrecerles la posibilidad de que pudieran hacer algo diferente unas horas por semana en su vivir de cada día, como me dijo Liliam.
Y es que el arte, en este caso la música, tiene un poder sanador, eso quedaba bien patente observando las sonrisas de aquellos niños y la algarabía que iban formando entre ellos, al tiempo que entonaban los sones más característicos de su folklore.
Mientras aquella “orquesta” improvisada, paseaba por las calles del pueblo como si anunciaran a los vecinos la fiesta mayor del lugar, mientras ellos hacían su recorrido, yo me acerqué a saludar a una mujer y a un chico joven, que estaban sentados al resolano de una pared dando de comer alfalfa a sus ovejas.
Me presenté y les dije que venía de España. La mujer me habló con esa timidez que caracteriza al que se siente inferior y comenzó a contarme que ella se marchaba a trabajar a España por temporadas y dejaba a sus hijos de diez y seis años, al cuidado de su hermano, -que era el joven que la acompañaba en esos momentos-, y de su padre, un hombre mayor y enfermo del corazón. Le pregunté por su marido y me contó que la había abandonado por otra mujer cuando Kevin, su hijo pequeño, nació, y por tanto era ella la que estaba al frente de la familia.
Tengo que decir que era una mujer muy guapa, a pesar de su abandono físico, y que sabía expresarse con total corrección. Sus ojos proyectaban una gran tristeza y su alma parecía repleta de una tremenda conformidad hacia ella misma, pero no para sus hijos, como así me lo refirió:
-Quiero que estudien y que vayan a la Universidad, -me dijo.
En esta conversación, se acercó a nosotras el pequeño, Kevin, yo le sonreí y bajé hasta su altura para darle un beso, entonces…, aquel niño, morenito y de unos ojos negros bellísimos, se abrazó a mi cuello sin más. Después de un largo abrazo, le miré fijamente a los ojos, Kevin me sonrió con una de las mayores ternuras que jamás he visto en un rostro.
El breve tiempo que estuve en aquel pueblecito se quedó a mi lado, me tomó de la mano y ya no me soltó hasta que monté en la furgoneta para seguir viaje. Tengo que decir también que había niños que no me dejaron que les tocara, y otros, que al llamarles, se acercaban a mí con recelo.
Seguimos nuestro camino y nos dirigimos al siguiente pueblo. Allí me integré más con ellos. Jugamos y les hice algunas fotos con la cámara que Liliam me prestó. Me atrevería a decir que más de uno se sintió importante ante tal acontecimiento. A otros niños, en cambio, no pareció gustarles demasiado la sesión fotográfica e incluso hubo algunos que se tapaban la cara. Una niña, de la cual no recuerdo su nombre, estuvo todo el tiempo a mi lado. Y al marcharnos, se abrazó a mí y me preguntó que si volvería al día siguiente para jugar con ella.
¿Qué puedo decir de estas emociones? Solamente, que hay algo en el corazón que se remueve cuando niños que no te conocen te abrazan y te sonríen sin conocerte. A veces la soledad y el abandono social crea lazos de agradecimiento sólo por el hecho estar allí, jugar con ellos, o simplemente darles la mano por un breve instante.
En ese momento pensé en Evo Morales y en su dolor como indígena hacia esta tierra explotada y saqueada por otros, no solamente por los españoles de siglos pasados. Los españoles hicieron barbaridades como tantos y tantos colonizadores de aquellos siglos, pero la fusión que se produjo dio origen a este mestizaje que hoy nos hermana; porque a esos niños con los que compartí unas horas y que me abrazaron con aquella ternura, yo les sentí y le sigo sintiendo como a mis hermanos.
Estoy convencida de que para levantar un país no hay que recrearse en el dolor del pasado, -aunque por supuesto hay que conocerlo-, ya que se puede correr el riesgo de que las nuevas generaciones que vienen avanzando crezcan en el rencor. Y el rencor nos mutila como seres humanos.
Bolivia es un gran país, que tiene que hacer su propia andadura como muchos otros. Pero ¡cuidado! con la “Coca cola” que la he visto infiltrada no solo en las ciudades sino y también en cada pueblecito y cada aldea donde los niños como Kevin van con los pantalones “muy gastados” y con zapatos o zapatillas de goma, a veces rotos.
Mi agradecimiento a estas tres Cochabambinas por el recorrido que me brindaron por la otra Bolivia y, por supuesto, toda mi admiración por la labor que desarrollan con los niños y niñas más desfavorecidos de la sociedad de su país. Personas como ellas nos enorgullecen a todos y, por supuesto, mi admiración a esas mujeres que, como la madre de Kevin, luchan por sacar ellas solas a sus familias en cualquier parte del mundo.
Bolivia es un país lleno de riquezas de todo tipo, como decía al principio, que tiene que hacer su propia andadura, pero que no debería olvidar que su Pacha mama, debe seguir conservando sus valores y su cultura sin dejarse impregnar demasiado, por estas sociedades, llamadas del bienestar, y que el capitalismo feroz está destruyendo.
Pacha mama, significa madre tierra, en Quechua
Por último decir algo que me llamó mucho la atención de las personas con las que tuve ocasión de compartir mi estancia en Bolivia, y es que, cuando se acercan a saludarte, te dan un abrazo y, lo que es más importante, te hacen sentirlo como tal.
Amelia Peco
No hay comentarios:
Publicar un comentario