SEGUNDA NOCHE
He llegado a saber, que cuando
salimos del lugar que nos vio nacer, después de haber pasado la mayor parte de
nuestra vida en él, podemos llegar a convertimos en seres erráticos y, llega un
momento, pasados los años, que terminas por
no saber realmente de dónde eres.
Este
artículo ha nacido a raíz de una de una pesadilla nocturna, en la cual despierto y no sé donde estoy. La
desubicación instantánea que se siente al despertar en la oscuridad y no saber
dónde estás es tan fuerte que llegas a sentir verdadero pánico, aunque solo
sean unos segundos.
Aparte de
vivir fuera de mi tierra desde hace 22 años; mi lugar de residencia habitual,
desde hace unos años, está dividido en dos lugares en el transcurso de una
semana. Esto puede parecer divertido, en un principio; sales de la gran ciudad
unos días y eso es en muchas ocasiones, un
alivio, aunque no vayas a tu casa.
A partir de aquella
noche donde me sentí tan perdida, por no saber donde me hallaba, pasaron por mi
mente las circunstancias de todas esas personas que pasan las semanas o los
meses de un lado para otro, ya sea por motivos laborales o por causas personales.
Comprendí la importancia que puede
llegar a tener vivir dentro de una estabilidad, en este caso, geográfica. Me
pregunté también, qué sentirán esos seres humanos tribales que aún viven de un
lado para otro con su ganado y sus enseres; o los feriantes que van de pueblo en
pueblo y de ciudad en ciudad ¿Se acomodaran sus cerebros a esos cambios o, por
el contrario, despertarán a medianoche y les asaltará el desasosiego por no
saber donde están?
Hay personas
que dicen con orgullo que: “ni Dios ni patria”, que no siente la pertenencia a
ningún sitio ¿Será entonces que esto solo nos ocurra a un tipo de
personas que somos susceptibles a los cambios?, no sé.
Mi amigo
José Iglesias, -poeta extremeño que lleva viviendo en Madrid la mayor parte de
su vida- dice: -que con ese ir y venir de un lado para otro acabas por no ser
de ningún sitio-, y yo creo que tiene parte de razón.
Probablemente
la pertenencia al grupo y al lugar la llevamos impresa, no solo los seres
humanos, sino todo ser viviente, sea de la especie que sea, animal o vegetal, ya
que como sabemos hay un hábitat para cada ser
viviente. Somos seres sociales que nos asociamos al medio, eso está
claro y si tu vida se convierte en un ir y venir de un lugar otro no hay tal
pertenencia, es como estar en todas partes, pero al mismo tiempo en ninguna.
Porque, otra cosa muy distinta es viajar para conocer y aprender, o sencillamente,
por el placer de viajar.
El instinto
de pertenencia que llevamos dentro es fuerte, necesitamos pertenecer a algo o a alguien aunque a veces
suponga perder nuestra propia libertad y autonomía.
Cuando
hablamos, por ejemplo, decimos: mi casa, mi ordenador, mis amigos, mi familia, mi
calle, mi patria. Nos guste o no, el sentido de pertenencia nos da seguridad; y,
cuando llegamos a un lugar procuramos hacer amigos con el fin de vincularnos con
las personas y con el lugar y con las personas que conforman dicho entorno.
Recuerdo,
-ahora me resulta curioso-, que hace unos años en el Círculo de Bellas Artes de
Madrid nos reunimos varios grupos de poetas para ofrecer un recital. Al
comenzar cada uno decía: yo pertenezco a tal, llegaba otra persona y decía lo
mismo, yo pertenezco a cual, hasta que me tocó turno:
Yo salí y me quedé mirando a todos unos
segundos y dije: yo no pertenezco a ningún grupo pero pertenezco a todos. Después,
en mi casa, pensé seriamente en mis palabras
y llegué a la conclusión de que no se puede pertenecer a todos los grupos,
porque siempre habrá un lugar y unas personas con las que te identifiques mejor
que con otras, lo cual no quiere decir que no tengamos que relacionarnos con aquellos
que no piensan y sienten como nosotros. Pero, en esta reflexión también entran
en juego otros asuntos psicológicos, de los que hablaremos en otro artículo.
El tiempo,
-gran sabio-, me ha demostrado que no puedes pertenecer a todas partes, que hay
que elegir, porque como bien decía mi amigo, José iglesias, acabas por no ser
de ningún sitio.
Y aquí es
donde viene el dilema humano: en la elección, que nunca es fácil.
Lo comparo un poco como cuando te dedicas a hacer muchas cosas: acabas por no
hacer bien ninguna, a menos que seas un genio y aún así...
Esta
reflexión, como decía, ha venido dada por lo que me ocurrió la pasada noche cuando
me desperté y sentí una extraña sensación que me llenó de desasosiego por no
saber donde estaba.
Después de haber trascurrido 22
años desde que salí de mi pueblo, me doy cuenta, de que ya no soy de mi pueblo,
pero tampoco de la ciudad que me acogió en aquél momento, ni del pueblo donde
por circunstancias personales vivo unos días a la semana. Las preguntas que a
veces puedes llegar a hacerte son: de donde soy, a qué grupo social y familiar
pertenezco, por qué te crea la falta de ubicación desasosiego, y no es por
falta de adaptabilidad al medio y a las personas, está claro que no hablo de falta
de adaptación, hablo del sentimiento que puede producir sentirse fuera de
lugar. Porque otra cosa es viajar y
conocer lugares distintos.
Evidentemente
todo puede ofrecer diferentes puntos de vista y de sentimientos. Lo que acabo
de exponer es la cara de una moneda pero también podríamos analizarlo desde un
punto de vista muy distinto.
Para
aquellos que siempre estamos pensando en cómo serán las cosas más allá de lo
que abarcan nuestros ojos, es totalmente enriquecedor andar de aquí para allá, porque
te permite ampliar conocimientos a nivel humano y geográfico, conoces el mundo
desde perspectivas que enriquecen tus propias creencias, te das cuenta de que
cada lugar y cada ser humano te aporta algo distinto a lo que tú posees y eso
va creando una cierta sabiduría que te enseña que es más sano sopesar que juzgar. En definitiva es un abrir la mente a
la hora de hablar de tolerancia y respeto en cuanto a otras formas de ver y
sentir el mundo.
Otro aspecto
positivo es que cuando hablamos de las diferencias que nos separan, te das
cuenta que, en realidad, lo que hacen esas
diferencias, es ennoblecernos si las apreciamos en la medida del valor
cualitativo y cuantitativo que tienen. Al mismo tiempo, te enseña algo
fundamental: donde y con quien quieres estar, ya que aprendes a seleccionar con
criterios más objetivos, aunque ese elegir lleve implícito su trampa, por
aquello de que tomar ciertas decisiones es muy difícil, por aquello de los
apegos y los sentimientos, que, como sabemos, nos condicionan la vida en muchas
ocasiones. Pero este es otro asunto del que hablaremos en otra ocasión.
En el
aspecto creativo yo me atrevería a decir que es casi fundamental, digo casi
porque conocemos el caso de escritores y pintores que no salieron nunca del
lugar que les vio nacer y ese hecho no hizo que su obra mermara en ningún
sentido, sino todo lo contrario, se acrecentó por el purismo de su contenido.
En cualquier
caso yo abogo por la apertura y el torrente creativo que te da el cambio.
Aunque siempre tengamos en nuestra mente un lugar de pertenencia.
Y si me
despierto y no sé donde estoy, a los pocos segundos, siempre podré ponerme a
escribir lo que he sentido.
Servida está
la idea. ¿Y ustedes qué piensan…?
La aurora
comenzó a hacerse presente y se retiraron a sus aposentos….
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